martes, 7 de agosto de 2012

China Town, Castro y South of Market

(o el díá en que entramos gratis en el MOMA y fuimos a una tienda de piratas)

Después del mismo desayuno que ayer, mismas muffins modernas y mismos cuatro litros de café para conseguir teñir un poco la leche, nos pusimos en marcha hacia el centro, que es donde está Union Square, todas las tiendas y el pijerío, y los museos. Hay que reconocer que, comparándose al TMB, cualquier línea de autobuses y metros queda muy mal. Los autobuses de San Francisco son bastante graciosos. En las paradas te ponen un indicador de minutos que da un intervalo, que suele ser una oscilación del tipo 3-35 minutos. Es decir: "o llegas tarde o llegas media hora antes". Además son unos autobuses muy pequeños, y realmente se sube mucha gente, y, como son así metalizados, pues es el sentimiento de estar dentro de una lata de sardinas.
Después de un par de transbordos llegamos por fin al MOMA. Estábamos discutiendo si entrar o no, porque vale 20 dolores (y quieras que no, son 20 dolores invertidos en hacer ver que entiendes manchas y esculturas extrañas), cuando de golpe nos vino una chica y empezó a repartir entradas: resulta que el primer martes de cada mes, ¡el MOMA es gratis! Which are the odds?! Así que no nos tuvimos que pelear más con nuestra amada Carlina (que no le entusiasma el arte moderno), porque nuestro espíritu catalán nos impide rechazar cualquier cosa que sea gratis, y nos metimos (para gran gozo mío) en los cinco pisos de exposición que tiene el MOMASF.
La exposición central es una de una tal Cindy Sherman (una pionera, eso sí) que se hace unos autorretratos realmente fascinantes. Luego había el típico piso de extrañas cosas oníricas muy bonitas y coloridas, en contraposición a unas cuantas cosas turbias que no acabamos de entender y dan un poco de miedo, y también uno con cuadros de autores muy famosos (había un Dalí por ahí, y un par de Mirós) y también esculturas bastantes guais. También tenía unas cuantas cosas de Andy Wharhol, que mola mogollón y es muy americano.

Después de recorrernos el MOMA en un tiempo récord, nos fuimos a comer unos bocadillos que nos habíamos preparado esa mañana a un parque que hay justo delante que se llama Buena Vista Garden.
Al acabar de comer y buscar el lugar menos caro en que tomarnos un café, nos fuimos al Castro. El Castro es algo así como el Chueca de Madrid, pero a lo bestia, porque en América todo es más grande, y más guay y más mejor. Como la mayoría de San Francisco (menos lo que es el centro) es todo un barrio de casitas ultra pintorescas de colorines monísimas. Fuimos a buscar la plaza de Harvey Milk, pero no puedo decir que la encontrásemos: vimos lo que era la parada de metro de Harvey Milk's Square, pero no logramos ver nada por las cercanías que pareciese una plaza. Luego fuimos hasta la calle Valencia, que es, oficialmente (y por si ellos todavía no se han dado cuenta), la calle de  modernos. Creo que es la calle más llena de tiendas pintorescas y alucinantes que he conocido. Todo eran tiendas llenas de cosas, en plan inclasificables, de éstas a las que entras y te estarías toda la tarde, como un Natura, pero más (y mejor), pero sabes que no te comprarás nada. Entre ellas hay una especialmentefamosa, Valencia 826, que es una tienda pirata/taller de escritura muuuy guay. Aseguran tener la mayor selección de parches piratas para todas las ocasiones (y si encuentras una mejor o mayor se comprometen a recuperar tu ojo perdido). Sencillamente, era genial.
Al acabar de patearnos bien todo el Castro fuimos, por fin, a ver China Town, el mayor asentamiento de chinos después de pequín. La verdad es que tampoco nos estuvimos mucho rato, porque cualquiera que viva en el Fort Pienc ha perdido un poco la capacidad de maravillarse ante el concepto China Town, pero la verdad es que es muy bonita, llena de farolitos y tal. Además, se va como entremezclando con el barrio italiano, y hay casas pintadas.
Aprovechando que estábamos cerca (?), nos fuimos un momento hasta la Coit Tower, que es una torre que construyó una señora a la que le sobraba mucho el dinero, y que hace las veces de mirador.
Al volver hacia el hotel, ya bastante hechos polvos, paramos un momento para probar el famoso pato laqueado, pero casi que vomitamos en la mesa, así que tuvimos que devolverles el plato casi entero. Una gran decepción para Amador, pero que se le va a hacer.
(en uno de los ratos que paramos a tomar algo en un bar chino muy auténtico, nos atendió un yayito súper venerable, y le pedí una galleta de la fortuna, porque me hacía mucha ilusión tomar una, ya que en realidad son originarias de aquí, y nos trajo una tacita y le dio la vuelta como si fuese un mago, con una cara de ilusión tremenda y sacó cuatro galletitas en plan "tará!")

No hay comentarios:

Publicar un comentario